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PUBLICACIONES DE FICCIÓN

MÁS PROZAC, POR FAVOR

15/6/2021

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335 días del año se precipitan de lunes a viernes interrumpidos por dos dosis de “Prozac”, administradas entre tragos de ginebra barata.  Un agujero negro te engulle y la única luz que te ilumina sale de la pantalla de un dispositivo móvil, del que también salen todas tus instrucciones vitales.
El día 336 se para el contador y engulles la última píldora de felicidad encapsulada. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y el día 336 de cada año te inundan la ilusión y la esperanza porque no eres capaz de aprender, de un año para otro, que te diriges al infierno y que para conseguir diferentes resultados no puedes hacer las mismas cosas.
El día 337 empieza la vida consciente, la vida a cámara lenta, la vida en la que te puedes permitir analizar cada segundo y empacharte de realidad sin trampantojos. Tienes por delante 28 días para mirar a los ojos a tu familia y descubrir a un perfecto desconocido en cada uno de ellos.
Del día 337 al día 365 tienes tiempo para contar las perforaciones de ceniza en las hojas abrasadas del jardín trasero. – Que ya no fuma, dice- Sé que fuma a escondidas los 365 días del año, pero aquí no se pueden esconder los defectos. Aquí, todos tus secretos dejan un rastro perfectamente escrutable por los extraños con los que convives. Esto es la rutina disparada a bocajarro y sin silenciador. Huelo su tabaco, veo sus huellas a cada paso, igual que veo las huellas del tiempo sobre mi piel frente al espejo del baño. Cada día, del 337 al 365 me cuento una y otra vez las arrugas. Cada día sumo alguna nueva.
Fuera, oigo a los pájaros abalanzarse sobre el agua, huyendo de este aire irrespirable. Me gustaría ser capaz de zambullirme de una vez para siempre en el mar. Primero la cabeza, notando el frio en las raíces de pelo. Después, dejar que el agua entre por mi nariz mientras se hunde el resto de mi cuerpo. Y quedarme ahí tumbada en el fondo, mirando el reflejo del sol, brillando al otro lado de la superficie hasta que todo se apague y se funda a negro. Un negro 365 que tiende a infinito.
Practico múltiples ejercicios de relajación para descansar de este fatigoso ocio, del sopor de este verano sofocante y eterno que pasa lento como una condena.  Para infligirme más dolor, me torturo con las fotos que mi hermana publica a diario en las redes sociales.  Ni siquiera se parece lo suficiente a mí como para poder pensar, por un momento, entornando un poquito los ojos, que soy yo la que está posando sonriente en Jordania frente a las ruinas de Petra. Si tan siquiera mi hijo pequeño me dejase sola en este momento, podría imaginarme que ese beduino me está atravesando a mí con esos ojazos negros y fantasearía con huir con él en su camello. “Prozac” para siempre. 
Mientras pelo mazorcas para la cena, vuelvo a pensar en el beduino y le imagino quitándome la ropa, sin importarme si se rompe alguna prenda. La piel de la mazorca cae suavemente al suelo, meciéndose levemente y yo veo prendas volando por el desierto, lejos, muy lejos…  hasta que vislumbro el oasis de mi cuñada, estudiando inglés como una ameba aislada de la esclavitud de las tareas del hogar, en la burbuja de ser, sentirse y actuar como una invitada a pensión completa.
Con frecuencia, también vivo experiencias próximas a mi ansiada muerte: en forma de bocados de mosquitos sanguinarios y, a veces, en forma de cataclismo.   Mis hijos generan catástrofes los 365 días del año, del día 337 al 365 las sufro todas, quedando, generalmente, al borde de un deseado infarto irreversible.  Pero una y otra vez, en lugar de verme suavemente arropada por una funda para cadáveres, sintiendo cómo la cremallera se cierra sinuosa sobre mi cuerpo inerte, debo continuar ejerciendo de matriarca, firme pero comprensiva. Debo dar ejemplo de madre perfecta y amantísima para que mis cachorros no se traumaticen y que, para la hora de la cena se hayan olvidado de cualquier incidente y puedan atiborrarse de carbohidratos como si no hubiese un mañana; para que podamos jugar a ser la familia ideal en las vacaciones perfectas.  
Solo cuando empieza a anochecer, podemos abandonar la guarida y salir a tomar un poco el aire. 335 días deseando ver el sol y 28 días escondiéndonos de él porque nos abrasa, porque nuestra piel ya no procesa vitaminas, solo píxeles de luz azul. La playa está atiborrada de gente viendo la puesta de sol, cada día, como si fuese el primero de su vida. Intentando ver el dichoso rayo verde, que es lo más emocionante que nos va a pasar en todas estas malditas vacaciones de verano.  Los atardeceres en la playa y las barbacoas son un “must” en cualquier “happyeverafter”.
Cuando los niños se alejan, les oigo comentar:
Estoy deseando echarme un novio para irme con él de vacaciones y no tener que aguantarte más-
¿Y quién te va a querer a ti?, ¡pringada! – 
​
©PaulaPalacios2017

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